lunes, 14 de agosto de 2017

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IMPRESIONES DE PLAZA DE MAYO - BUENOS AIRES

Buenos Aires es una ciudad con personalidad propia, abierta a la arquitectura, la
cultura y el arte de todo el mundo. Cosmopolita y contradictoria, dinámica
tradicional, histórica y vanguardista.
Buenos aires, una ciudad secreta para descubrirla con los ojos y el corazón.
Buenos Aires, un gran escenario que todos los días renueva la función de la vida
al compás de un tango.
Buenos Aires tiene un no sé qué…es glamorosa y tierna, radiante y oscura, te
enamora, te sorprende, te enloquece, te entusiasma, te irrita, te da vida…
Ciudad hecha con callejones, piedras viejas y faroles mezclados con el neón de la
modernidad.
Buenos Aires una ciudad mágica, eterna como el agua y el aire, que hunde sus
raíces en borrosas fundaciones españolas y que a veces se parece a París.
Sentada en un bar disfrutando de un pequeño sitio de esta ciudad quedado en el
tiempo, con sus muebles de roble impregnados con el aroma del café torrado, en
una mañana de otoño húmeda, nublada y fría del mes de mayo, con un clima
espeso modificado por la actividad humana, los edificios y el asfalto de una gran
ciudad, entre pasar de cientos de personas, autos, colectivos, vendedores
ambulantes desordenados, veo a través de un suntuoso ventanal la Plaza de
Mayo; núcleo original del casco histórico de la ciudad. Es sabido que a partir de
1810 este lugar se convirtió en el escenario de todos los grandes acontecimientos
políticos del país. En el centro de la misma se puede observar un monumento: la
“Pirámide de Mayo”, recordando los sucesos de la semana de mayo de 1810, año
en que se constituye nuestro primer Gobierno Patrio. Aún se escucha, con orgullo,
las voces disonantes de los patriotas pidiendo a gritos y enfurecidos por la
independencia de España.
En esta parte de la ciudad todo es vorágine, los transeúntes pasan por delante de
los edificios y monumentos como parte de su rutina y abstraídos de todos los
sucesos que han acontecido aquí; sin levantar la vista, chocándose con palomas
foráneas, vendedores de garrapiñadas y copos de azúcar, carpas y pancartas de
manifestantes, policías, vallas, gente que pide una moneda y todo ese escenario
que muestra la vida porteña del centro de la ciudad en todo su esplendor, en día
de semana.
Salgo del bar, decidida a caminar por esta zona tan representativa de la ciudad.
Chocando con el viento que sopla con fuerza desde el río, su aroma dulce lo
delata, se pierde en mi retina el constante movimiento del entorno que me rodea y
encuentro placentero el sonido de las aguas danzantes de las fuentes que disipan
el bullicio de la plaza. Miro hacia arriba y veo el cielo gris amalgamado con
palmeras, plátanos y jacarandas provenientes de tierras lejanas por caprichos
políticos. Inmersa en mis pensamientos sobre este rincón de la ciudad, siento en
forma inmediata una enorme atracción por este lugar. Se respira historia, política,
decisiones, miedo, angustia, alegrías, terror, entusiasmo, militancia, bombas,
democracia, terrorismo, libertad…
Todo aquí es historia, esa observación de las huellas del pasado que nos habla
del presente…
A lo lejos se escucha a los nativos enfurecidos en malones resguardando sus
tierras contra un grupo de españoles aventureros endemoniados por la codicia.
Enfrentamiento sangriento y desmesurado que hizo fracasar la primera fundación
de la ciudad efectuada por Pedro de Mendoza en el año 1536.
Aún se puede ver al español Juan de Garay deseoso por fundar por segunda vez
la ciudad en 1580, llegando desde Asunción tras un largo viaje en barco por el río
Paraná enfrentándose con malezas, juncos, serpientes, yaguares y nativos y
desembarcando con dificultad en el Río de la Plata de un color atigrado, poco
profundo y de tierra arcillosa. Luego de explorar la costa exhaustivamente,
luchando con los abundantes espinillos de estas tierras, el fundador decidió que el
terreno era adecuado para erigir el poblado, que se encontraría media legua más
al norte que el asentamiento de la primera fundación. La meseta elegida estaba
bordeada en sus flancos norte y sur por dos largos “zanjones” que con las lluvias
se convertían en impetuosos arroyos que otorgarían seguridad contra los nativos
Garay puso a la nueva ciudad bajo la advocación de San Martín de Tours y la
llamó “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos
Aires”.
Me imagino la primera ciudad con su población reducida. En donde los pobladores
se dedicaron a erigir las primeras viviendas en los solares que les fueron
asignados. Durante esos años la aldea no era más que un rancherío de barro y
paja que rodeaba un espacio baldío, al que llamaban “Plaza Mayor”, hoy esta
plaza; con capillas-rancho y edificios públicos-rancho, asolado por la pobreza, el
sacrificio, los ataques de aborígenes, las amenazas de los piratas; en fin, basta
decir que la Corona Española consideraba a aquella Trinidad como un lugar de
destierro.
En 1776 la ciudad comienza a tener un fuerte crecimiento al ser declarada Capital
del Virreinato del Río de la Plata, creado ese mismo año para lograr una mejor
administración.
Por un momento me detengo en mí recorrido, e inmersa en la historia, escucho el
alboroto y las voces disonantes que se confundían con los pregones que tenían
cierta musicalidad en aquellos tiempos en la plaza, que se utilizaba como
mercado. Hacia el este puedo ver el Río de la Plata con sus lavanderas de tez
azabache y sus ropas blancas dispersas sobre las rocas de la costa.
La plaza y el poblado diseminado por los alrededores, persistirían sin variantes
hasta el año 1880, cuando la ciudad es designada como la Capital de la República
Argentina. La Plaza cambia su fisonomía siguiendo el modelo de Paris y la ciudad
se convierte en una gran metrópolis. Su vertiginosa transformación la diferenció de
otras ciudades de Europa y llegó a adquirir sello propio, con colores y estilos
particulares, y una arquitectura caracterizada por un eclecticismo poco frecuente.
Esos tiempos, nos ha dejado de herencia una plaza conectadas con otras plazas
por grandes avenidas, rodeada de bares, confiterías, restaurante, hoteles, edificios
con imponentes cúpulas y torres, monumentos, esculturas, y la llegada del
subterráneo en 1913. Fueron desapareciendo los faroles, los tranvías eléctricos y
las calles de tierra o madera. Ya se veían circular por las calles automotores
provenientes de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos.
Todavía resuena el bullicio de las masas populares de Evita y Perón. ¿Habrán
sido tan infames o tan justos como dicen? Solo ellos y el fanatismo de sus
seguidores y opositores lo sabían.
Aún persisten las Madres de Plaza de Mayo girando en torno a la Pirámide,
reclamando por sus hijos y nietos desaparecidos a raíz de los terribles sucesos
ocurridos durante la dictadura del año 1976.
También, aún, podemos ver la muchedumbre vociferando y agitando las banderas
argentinas con entusiasmo por el retorno de la democracia en el año 1983.
Continúo caminando, atravieso la recova del “Cabildo” con sus amplios arcos
blancos, su solado desgastado por el transitar de la historia y su torre con un reloj
centenario. En tiempos lejanos el edificio fue destinado al gobierno y la
administración judicial de estas tierras. Detrás de su gran pórtico, tallado en
madera de color pistacho, puedo percibir aquellos patriotas entusiasmados por
organizar el futuro incierto de nuestras tierras.
A metros del Cabildo, veo una construcción majestuosa con 12 columnas: es la
Catedral de la Ciudad, iglesia principal. Me siento cautiva por su frontis, en donde
se aprecia el encuentro de Jocob con su hijo José en Egipto. Su atrio escalonado
de mármol de carrara que se impone con autoridad y embellece aquel rincón, fue
recorrido innumerables veces por el Cardenal Jorge Bergoglio soñando con ser
algún día el Papa Francisco.
Mirando hacia el este, detrás de una inmensa bandera argentina flameando
constante y desesperadamente en cuyos pies descansa la estatua ecuestre del
General Belgrano quien comandó el Ejercito del Norte en la guerra de la
independencia y creó la Bandera Nacional, contemplo la Casa de Gobierno
expectante eterna de los gobiernos de turno y espectadora de seguidores y de
opositores. ¿Rosada por decisión y conflictos políticos? o ¿rosada por usos y
costumbres de la época? Leyendas urbanas que circulan por la ciudad sin tener
hoy en día una respuesta certera.
Finalizo mi recorrido, saciada de tanto sentimiento de orgullo por todos aquellos
que han luchado y defendido nuestras tierras. Aquellos que han dejado la vida por
un País honrado y honorable. Miro hacia el cielo, se está despejando. Esas nubes
grises dejan ver los rallos del sol. Un guía explicando con un inglés mediocre la
historia de la plaza. Una señora mayor dándole de comer a las palomas. Un
extranjero perdido en su mapa. Un niño con su madre aplaudiendo a los
Granaderos que hacen cambio de guardia. Un grupo de chinos amontonados
debajo de un monumento intentando sacar una fotografía. Un oficinista con su
traje bien planchado y sus zapatos lustrados apurado llegando a quién sabe qué
lugar. Me pregunto: ¿habremos aprendido sobre nuestro pasado, sobre nuestros
errores y sobre nuestros aciertos? Solo el presente nos muestra la respuesta.

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